No tenía mucho que había llegado a aquel pueblo, quien se hubiera imaginado que de la gran ciudad terminaría en un pueblecito olvidado de todos, pero ahí estaba yo.
Me quede hospedado en un departamento pequeño y feo, realmente no tenia mucho con que empezar; mi rutina diaria era ir a la empresa en desarrollo, hacer algunas llamadas, registros, me iba de ahí y lo que faltara lo terminaba en casa.
Mi vida sería muy aburrida si no hiciera nada fuera de mi trabajo, de vez en cuando acostumbraba a pasear por el limite del pueblo, en donde se encontraba la entrada a un bosque enorme y frondoso. Ahí acostumbraba a entrar para pasar el tiempo, cada vez me la pasaba más y más tiempo caminando dentro del bosque que logre llegar hasta un lago bastante escondido y profundo.
Al ser un chico lo suficientemente delgado me encantaba exponer mi cuerpo, y la verdad no me daba pena mostrarlo, claro que no era un exhibicionista o algo parecido, pero se podría decir que me gustaba mi cuerpo.
Así que empece con un ritual propio, cada día que me sintiera cansado caminaba hasta aquel bosque, me quitaba la ropa y nadaba desnudo durante horas, y una vez estaba lo suficientemente cansado salia del agua, me recargaba en una roca y esperaba a que el aire y el sol secaran mi cuerpo.

Y todo comenzó un sábado por la mañana, serian aproximadamente las 8:30 cuando estaba parado frente al espejo observándome desnudo como usualmente duermo, esa mañana tenia unas ganas excesivas de pasear desnudo, no se porque, pero mi instinto me decía que tenía que hacerlo, como si una voz extraña me estuviera tentando a hacerlo.
El plan era simple, dejar toda mi ropa aquí, salir sin completamente nada, zapatos, calcetas, reloj, ¡nada!, nadar un poco y regresar al anochecer cuando nadie estuviera.